11 de febrero, 2017
Fue en uno de esos días, febrero 12 de 2017. Estaba acompañando a una joven familia misionera en una aldea mientras aprendían el idioma y la cultura. Me impresionó que su hijo mayor, que tiene menos de cinco años de edad y que aparece en la foto, pudiera hablar alemán, inglés y estuviera muy interesado en aprender la lengua franca de la aldea local. Caminando detrás de la familia podía escuchar la conversación de este chico con un amiguito de su edad: “Somos misioneros, ¿te gusta ser misionero?”
“¿Te gusta ser misionero?” Una pregunta muy buena, y sí, “me gusta ser misionero”, me encontré diciendo en voz baja. Un misionero que descubre que detesta el trabajo que tiene ante él muy probablemente nunca terminará la obra. Esta es una pregunta muy buena mientras tomas tu cruz y sigues a Jesús con el mensaje del Evangelio a las regiones que están más allá.
Hebreos 12:1[-2] nos dice que necesitamos correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, y que debemos correr la carrera como Jesús, el autor y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz. El gozo trae perseverancia, y qué gozo servir a Aquel que dijo “Id… y he aquí, yo estoy con vosotros”.
Oremos para que los nuevos misioneros que llegan no pierdan su gozo a medida que aprenden una nueva forma de vida muy diferente de aquella de donde provienen. Habrá nueva comida, nuevo idioma, nueva cultura, nuevos compañeros de trabajo y un nuevo estrés que presionará, presionará y presionará. Con la obra misionera como su modo de vida, sus hijos tendrán que ir al internado mientras ellos se trasladan a las selvas de las tierras bajas, a las montañas de las tierras altas o a una ciudad que prospera en las tinieblas del mundo no alcanzado. Jack
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